Montones de escombros, trozos de autómoviles, casas. Entre los trozos de madera, un cuento en cuya portada se ve a Pinocho sentado con una gran nariz y unas orejas de burro, pensando,... una foto de boda en la que se ve a una pareja sonriente, manchada de barro. Trozos de familias, de recuerdos, de vidas, de sonrisas y lágrimas esparcidas por el suelo entre los pedazos de casas donde vivieron, de carrocerias de coches donde viajaron, de sillas y mesas donde compartieron un trozo de pan y un plato de comida hace tan pocos días.
Hoy ya no queda nada, sólo desolación, tristeza y lágrimas. Al fondo entre el barro y el agua, una persona anciana, casi sin aliento y arrastrando los pies, llama entre gritos desesperados y casi inapreciables, debido al tiempo que lleva haciéndolo, a su hijo que debe estar entre los restos, aunque en su interior, en algún rincón de su mente, sin valor para destapar este pensamiento, sabe que no volverá a verlo, que quizás no podrá ni siquiera acercarse a ningún sitio para rezar sobre sus restos.
Héroes intentado salvar, quedando su vida para que el peligro no vaya a más, libertadores de vida, bajo sus uniformes, sus escafandras, bajo sus trajes protectores, aunque saben perfectamente que la muerte a la que están enfrentándose acabará traspasándolo y llegará a su corazón. A pesar de ello, seguirán intentando salvar lo que queda.
Un desierto de restos, escombros, barro, agua y la vida desapareció de allí, la gente huye hacía algún lugar seguro donde la muerte que hay en el aire en forma de gotas radioactivas no les alcance. Tras ellos, sus recuerdos, algún familiar, sus casas, sus posesiones mojadas y embarradas, mezcladas con la de sus vecinos,...
La muerte en el aire acecha, pero la vida luchará contra ella en forma de un pueblo organizado, disciplinado, paciente y ordenado al cual, en la distancia y desde mi tranquila vida, quiero con mis palabras, llevar mi aliento, mi apoyo a este pueblo devastado y agonizante,...
viernes, 18 de marzo de 2011
miércoles, 2 de marzo de 2011
Luces,...
Es una mañana más, creo que aún es temprano para levantarse. Mis pies asomando por entre las sábanas, sienten el frio de la mañana, pero el sueño que queda aún en el frasco, a pesar de sentir el frío, consigue que se resistan a moverse. Quizás tenga ya que levantarme, abrir la ventana y dejar que el día entre en la estancia.
Recuerdos, pensamientos y sentimientos pesan en mi aura e impiden que me incorporé, será esa plomiza pesa de acero que forma el miedo, el temor a enfrentarse a la vida, a una nueva jornada llena de incertidumbre, inquietud ante lo desconocido. Me quedaré un rato más, se está bien y aún tengo tiempo. El mundo fuera ya ha empezado a funcionar con esas grandes ruedas dentadas que engranan unas con otras y consiguen mover la máquina de la vida, en unas ocasiones más lenta que otras, pero al fín y al cabo, moverse.
Yo sigo aquí, arropado por el calor que desprende mi cuerpo bajo las sábanas. Cada vez hay más luz en la alcoba y me cuesta cada vez más abrir los ojos. Rayos de luz llenos de recortes brillantes producidos por las rendijas de las persianas se mueven por la pared, recorriendo aquella silla en la que dejé la ropa casi colocada y los grises se van convirtiendo en colores que aún están naciendo.
Al final, me incorporo, saco mis pies frios que buscan en el suelo las zapatillas y como si de una marioneta se tratara, mi cuerpo se levanta sin yo querer. Me dirijo hacia la ventana, arrastrando mis pies como si dos pesas enormes llevara atadas a ellos y mis brazos consiguen, en primer lugar, levantar la persiana con lo que consigo, en un primer instante que mis ojos vuelvan a cerrarse, como si tuvieran miedo de enfrentarse a la vida, a la luz. Luego, a ciegas, rebusco, tanteando el pomo para abrir la ventana y sentir ese aire frio, esa brisa que transforma el olor de la estancia en fresco, nuevo, y sentir que el sol está ahí, que la vida comienza un día más y esos miedos, esos temores a vivir, se convierten en ilusión, en ganas de eso, de vivir la vida con la misma fuerza con la que el sol entró de nuevo en mi vida, en mi habitación,...
Recuerdos, pensamientos y sentimientos pesan en mi aura e impiden que me incorporé, será esa plomiza pesa de acero que forma el miedo, el temor a enfrentarse a la vida, a una nueva jornada llena de incertidumbre, inquietud ante lo desconocido. Me quedaré un rato más, se está bien y aún tengo tiempo. El mundo fuera ya ha empezado a funcionar con esas grandes ruedas dentadas que engranan unas con otras y consiguen mover la máquina de la vida, en unas ocasiones más lenta que otras, pero al fín y al cabo, moverse.
Yo sigo aquí, arropado por el calor que desprende mi cuerpo bajo las sábanas. Cada vez hay más luz en la alcoba y me cuesta cada vez más abrir los ojos. Rayos de luz llenos de recortes brillantes producidos por las rendijas de las persianas se mueven por la pared, recorriendo aquella silla en la que dejé la ropa casi colocada y los grises se van convirtiendo en colores que aún están naciendo.
Al final, me incorporo, saco mis pies frios que buscan en el suelo las zapatillas y como si de una marioneta se tratara, mi cuerpo se levanta sin yo querer. Me dirijo hacia la ventana, arrastrando mis pies como si dos pesas enormes llevara atadas a ellos y mis brazos consiguen, en primer lugar, levantar la persiana con lo que consigo, en un primer instante que mis ojos vuelvan a cerrarse, como si tuvieran miedo de enfrentarse a la vida, a la luz. Luego, a ciegas, rebusco, tanteando el pomo para abrir la ventana y sentir ese aire frio, esa brisa que transforma el olor de la estancia en fresco, nuevo, y sentir que el sol está ahí, que la vida comienza un día más y esos miedos, esos temores a vivir, se convierten en ilusión, en ganas de eso, de vivir la vida con la misma fuerza con la que el sol entró de nuevo en mi vida, en mi habitación,...
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