martes, 19 de abril de 2011

El hombre,...

         Luna Llena,... su blanca luz, esta noche,  ilumina de una forma más especial el cielo y su palidez se torna en un brillo especial. Escondida tras las nubes que amenazan lluvia, de vez en cuando se asoma avergonzada, para ver tan triste imagen. No se atreve a mirar y vuelve a esconderse tras otra nube. Esa imagen que nunca olvidará se quedará fijada en su mente para siempre y teñirá, a partir de entonces, cada noche, con el mortecino color de la sangre reseca en el rostro de aquel hombre al que mira allí abajo, en la tierra,...

        Un hombre anclado a una cruz, una equis donde se cruzan la línea del mal y la del bien, de lo bueno y de lo malo, de la vida y de la muerte, en cuya intersección se encuentran los pecados de todos los hombres y que él ocultará con su cuerpo roto, magullado, ensangrentado para que nosotros nos olvidemos de ellos, para que nunca volvamos a cometerlos y nunca más tengamos que avergonzarnos de dichas faltas.

        A lo lejos, resuenan tambores que marcan el latir de su desfallecido corazón, seguir el ritmo, seguir viviendo para morir, moriendo poco a poco para revivir. Una voz rota en forma de saeta, marca su agónica respiración, marcando sus últimos suspiros antes de cerrar los ojos para abrirlos de nuevo a la vida, a la esperanza y llenar de vida lo que hasta ese momento ha estado lleno de muerte.

         Ese hombre traicionado, apedreado, abandonado y olvidado por aquellos por los que da su vida,...

         Dejadme que crea, que lo vea como un hombre más, que sea para mí, en estos días, ese hombre de carne y hueso que sufre, que tiene el mismo dolor que cualquiera de nosotros cuando luchamos por la injusticia, por lo que no es correcto,... que sabe mirar a los ojos y dar la mano a un amigo, ese amigo que nunca te falla, que siempre está ahí, para lo bueno y para lo malo, que llega, incluso a dar su vida para que tu sepas vivir sabiendo que pecaste pero que él te lo perdona y lo olvida,...

         Dejadme que sea para mí, como dice la canción, no el hombre que está en la cruz, si no el que anduvo en la mar,... ese hombre, que es uno más entre nosotros,...

lunes, 11 de abril de 2011

¿Un Sueño?

Nunca llegaré a saber si lo que os narro a continuación llegó a ser un sueño o sucedió en realidad,...

          Era una noche desapacible, había estado lloviendo durante todo el día y los rollos de las calles estaban resbaladizos. El aire sonaba al ritmo del eco de mis botas por aquellas calles estrechas de altas paredes. El sombrero de ancha ala borraba mi rostro en la oscuridad de la noche y mi capa, aún humeda ensombrecía mi cuerpo hasta casi hacerlo desaparecer en la tiniebla de las sombras nocturnas. Solamente el brillo de la punta de mi espada bajo la capa me delataba cuando se cruzaba con la empobrecida luz de alguna que otra farola que había aguantado al chaparrón que acababa de caer.
          Volvía del Palacio Real, había sido una guardia relativamente tranquila y justo cuando entraba en la calle Sacramento, viniendo de la calle del Rollo oí en el silencio de la noche, roto solamente por el resonar de mis pasos, el grito de una mujer. Me detuve justo en la mitad de la calle. Estos gritos provenían de un balcón de uno de los palacetes que había en dicha travesia.
           Conseguí abrir el enorme portón de un seco golpe con mi hombro, atravesé el umbral y ante mí se abrió un enorme zaguán con enormes cortinas que caían desde el techo, una gran mesa forjada y al final del mismo una escalera por la que bajaban los gritos aterradores de aquella mujer. Sin pensarlo, subí aquellas escaleras de mármol, que se me hicieron más cortas de lo que en verdad eran gracias a los grandes pasos con los que la subí.
           Cuando ya me encontraba en el piso superior, descubrí como salía la tenue luz de algunas velas bajo la puerta de una de las estancias y me dirigí a ella apretando la fría empuñadura de mi espada por si tenía que desenvainarla. Aferré el pomo dorado de la puerta y sin meditar ni un sólo momento la abrí descubriendo una habitación amplía iluminada por dos candiles, uno de los cuales se encontraba en una alta mesilla donde resplandecia un gran crucifijo y una medalla plateada junto a una biblia y el otro sobre un arcón de paredes de tela morada y herrajes brillantes.
            Gracias a la luz de esta lámpara pude fijarme en el dorso desnudo de la mujer recostada a los pies de la cama.
            Puse mis manos aún con los guantes en su espalda y ella dándose la vuelta me abrazó con la ténue fuerza que pudiera tener una niña, aún tiritando. Sentí en mi mejilla el gélido recorrido provocado por una de sus lágrimas.
            Ella me arrastró hasta el desbaratado lecho sin lograr que deshiciera el abrazo en el que se había fundido conmigo.
            Sentía su frio cuerpo, pero no logro recordar cómo era el tacto de su piel ni el olor que desprendía. Quizás oliese a mujer, a vainilla, a romero, pero no logro rememorarlo. Sentía como sus manos me despojaban de mis ropas, pero no consigo recordar el tacto de ellas sobre mi piel, aunque sí siento todavía como acarició todo mi cuerpo. Acercó sus carnosos labios a los míos, pero no recuerdo el sabor de ellos. Por más que lo intento no lo consigo, aunque quizás su gusto fuera a melocotones maduros. Tampoco consigo recordar el tacto de su cabello, ni su color, pero recuerdo perfectamente como se recostaban sobre mi rostro, mientras yaciamos en aquella cama.
            Oí las campanas de la Iglesia de San Justo y contándolas descubrí que había pasado toda la noche junto a aquella mujer y si no me daba prisa llegaría tarde al cambio de turno. A toda prisa, me vestí y deshice con la misma rapidez el camino contrario al que hice por la noche. El retumbar de mis pasos por aquellas angostas callejuelas eran mucho más rápidos, ya que el campanario había repetido de nuevo la llamada para que la ciudad comenzará a funcionar y a lo lejos ya se oía el ir y venir de carromatos y las voces de la chiquillería retumbando por las calles junto a la algarabía de los alrededores de Palacio.
           Justo cuando me disponía a entrar en la calle Mayor descubrí que había quedado olvidada mi espada en la casa de aquella misteriosa mujer y volví atrás haciendo mis pasos más presurosos de lo que ya eran.
          Cómo se desplomaba el mundo sentí cuando me dispuse frente a la fachada roida por el tiempo, de lo que había sido hasta hacía pocos minutos un gran palacio, ventanas rotas  y la puerta medio desvencijada, aquel mismo portón que la noche antes logré abrir con toda la prisa que me solicitaba lo que al otro lado de ella llamaba mi atención.
         Una anciana voz de hombre a mis espaladas se dirigió a mí para preguntarme si buscaba algo. Me volví y aquel viejo que arrastraba una destartalada carretilla llena de verduras y frutas, seguramente yendo al puesto que regentaba en el mercado, al ver mi cara de asombro y leyendo lo que mi mirada no llegaba a entender, agachó de nuevo su cabeza siguiendo el ángulo que le provocaba su encorvada espalda y antes de empezar de nuevo a caminar, dijo:
         - Esa casa lleva en esas condiciones hace más de diez años.
         No daba crédito a aquellas palabras, así que presto me dirigí hacia la ruinosa mansión.
         Por un pequeño boquete que había entre la pared y la puerta logré introducirme ampliando aún más mi sorpresa por lo que ante mí se descubría. Ya no existía el piso de arriba, las paredes se encontraban caidas sobre restos de troncos del techo y lo que, momentos antes habían sido muebles propios de aquel palacio que hoy se convertía en una estancia polvorienta e iluminada por el sol que entraba por las grandes hendiduras que había en el techo, ahora eran restos de madera y metal. Telarañas en lugar de las aterciopeladas cortinas que cubrían las paredes, la escalera deteriorada por el paso del tiempo en la que se había sustituido el rosado color del mármol de aquellos escalones por el grisáceo tono de la piedra vieja.
         Sobre la mesa oxidada llena de cascotes descubrí mi espada, la misma espada que tuve empuñada hacía ¿tan poco tiempo? y en la que, al cogerla, descubrí que estaba llena de herrumbre como si hubiera estado alli durante años,...



Basado en la Leyenda del guardia de Corps, Don Juan de Echenique, una de las muchas que existen sobre el Madrid sobrenatural y de leyendas.

jueves, 7 de abril de 2011

Vida en verde,...

Pequeños bornizos en verde eclosionan con la primavera,... envero.
Perfectamentes alineados, medidos con regla por manos bastas, erosionadas como el terreno en el que se encuentran.
Líneas perfectas en las que se encuentran las madres de estos verdes retoños. Madres recortadas una y otra vez a lo largo de los años, pulidas con el sudor, con la sangre desprendida de las manos de los hombres en la lucha encarnizada por desprender los frutos cada otoño. Brazos finos que recortan para que después del adormecido invierno vuelvan a florecer con la magia de los rayos que el sol recuesta sobre ellos en mañanas llenas aún de neblinas.
Hijas tostadas, oscuras que se dejan mecer por la leve brisa de la tarde; negras, tintas canicas que ofreceran al hombre bajo su piel, el fruto con el que hacer un caldo para la conversación, para el rato alegre entre dos amigos, momentos llenos de palabras, de risas, y también, por qué no, en alguna que otra ocasión para tintar las lágrimas por algún amor perdido,...
Hijas rubias, como el sol del mediodía, que llenaran de alegría y de orgullo la vida del que hizo el trabajo bien hecho. La labor que empezaba muchas jornadas antes del crepúsculo y acababa después del ocaso. Días cuidando la tierra, el tronco, cada hoja, cada racimo, dejando trozos de piel en cada trozo de vida parda, arrugada y deforme, anclada a la tierra que le da la vida,... una vida en verde que cada año mágicamente después de la amputación vuelve a resucitar,...