miércoles, 7 de noviembre de 2012

CARTA DE UN HIJO A TODOS LOS PADRES DEL MUNDO

"Porque yo también soy padre..."

No me des todo lo que te pido.
A veces, sólo pido para ver hasta cuánto puedo coger.
 
No me grites.
Te respeto menos cuando lo haces;
y me enseñas a gritar a mí también.
Y...  yo no quiero hacerlo.
 
No me des siempre órdenes.
Si en vez de órdenes, a veces me pidieras las cosas,
yo lo haría más rápido y con más gusto.
 
Cumple las promesas, buenas y malas.
Si me prometes un premio, dámelo;
pero también si es un castigo.
 
No me compares con nadie,
especialmente con mi hermano o mi hermana.
Si tú me haces sentirme mejor que los demás,
alguien va a sufrir;
y si me haces sentirme peor que los demás,
seré yo quien sufra.
 
No cambies de opinión tan a menudo
sobre lo que debo hacer.
Decide y mantén esa decisión.
 
Déjame valerme por mí mismo.
Si tú haces todo por mí,
yo nunca podré aprender.
 
No digas mentiras delante de mí,
ni me pidas que las diga por ti,
aunque sea para sacarte de un apuro.
Me haces sentirme mal
y perder la fe en lo que me dices.
 
Cuando yo hago algo malo,
no me exijas que te diga el por qué lo hice.
A veces ni yo mismo lo sé.
 
Cuando estés equivocado en algo, admítelo,
y crecerá la buena opinión que yo tengo de ti,
y así me enseñarás a admitir mis equivocaciones.
 
Trátame con la misma amabilidad y cordialidad
con que tratas a tus amigos.
Porque seamos familia
no quiere decir que no podamos ser amigos también.
 
No me digas que haga una cosa
si tu no la haces.
Yo aprenderé siempre lo que tú hagas,
aunque no me lo digas.
Pero nunca haré lo que tú digas y no hagas.
 
Cuando te cuente un problema mío,
no me digas "no tengo tiempo para bobadas",
o "eso no tiene importancia".

Trata de comprenderme y ayudarme.
Y quiéreme. Y dímelo.
A mí me gusta oírtelo decir,
aunque tú no creas necesario decírmelo.

martes, 6 de noviembre de 2012

El final del camino

     Empezar como comienza aquella canción de aquel grupo con nombre de tabaco sin boquilla,

         "A veces llega un momento en que te haces viejo de repente,
                 sin arrugas en la frente, pero con ganas de morir...
                     Paseando por las calles, todo tiene igual color..."

     Pensar que has llegado al final del camino, de esa tortuosa senda llena de encrucijadas, de idas y venidas, de elegir caminos equivocados y dar marcha atrás, desandando la vereda andada.  Travesía llena de caidas, de volverte a levantar, buscando aquel árbol en la orilla para poderte resguardar de la lluvia fría, del sol abrasador. Pasos y pasos perdidos por la senda del tiempo, pasos que no has de volver a andar. Mirando hacia adelante, mirando hacia atrás, buscando siempre alguien con quien hablar, algo que te pueda animar...

      Sentir que has alcanzado aquella estrella hacia la que te dirigias. No es la que más brilla, no es la que más alumbra, pero siempre te fijaste en ella y marcaste tu objetivo en ella. Te has cruzado con otras que resplandecen más que ellas, que te atraían como imanes hacía ellas con cánticos insinuadores, haciéndote confundir y mezclar tus ideas. Pero tú siempre te fijaste en ella, siempre quisiste alcanzarla y ahora sientes que por fín has llegado a ella, pero no la puedes tocar. Aún la sientes lejos, ¿cómo puede ser si ya no hay camino?, ¿sería sólo un espejismo?, ¿De nuevo te engañaron?...

     ¿Y ahora que?. Todo se acaba, quizás no puedas dar marcha atrás, es imposible que el pasado forme parte del presente y que el futuro deje de llegar, que ya no venga más, aunque quizás haya un rayo de luz y como decía Albert Einstein, pasado, presente y futuro sean sólo ilusiones humanas y cuando desaparezcan estas nubes y el sol alumbre de nuevo, te des cuenta que aún hay cosas que ocurriran.

     Ves que todo pasa, que todo llega y cómo mirando atrás, tus huellas, tus caidas han quedado marcadas en ese camino, bien sea para tu bien o para tu mal, pero ahí están, para aprender de ellas.

     Tristeza que corrompe tu interior, que cambia los tonos de color, volviéndolo todo gris y negro, con sombras amenazantes, llenas de terror y de miedos que oscurecen todo lo que hay a tu alrededor haciéndo que pierdas tu rumbo y no sepas hacia dónde te diriges. Tristeza que empuja tus lágrimas al exterior, rompiendo en tus ojos, dolíendote, llegando a escocer desde tus entrañas el camino a seguir porque no quieres que salgan y que te hagan más débil. Esas lágrimas que te hacen sentir menos persona y más objeto y que llenan de nubes tu mirada para hacerte aún menos valedor de todo lo que deseas, de todo lo que has soñado en la vida, y quitándole el interés a lo poco que has conseguido en ella.

     ¿Qué vales?, ¿Cómo eres?, ¿Qué dejas de ser cuando te sientes así?, cuando la gris tristeza oscurece todo a tu alrededor y te sientes al final del camino, cuando miras hacía adelante y ya no hay nada...

     "...He buscado en los desiertos de la tierra del dolor,
            y no he hallado más respuesta que espejismos de ilusión,
                he hablado con las montañas de la desesperación,
                     y su respuesta era sólo el eco sordo de mi voz..."




     




viernes, 28 de septiembre de 2012

Un cuento

      Todos los cuentos tienen una enseñanza en su final, en el mío, la moraleja se encuentra al principio:

       "Si un río revuelto de pensamientos, en tu mente te ahoga, mira hacía el mar. Las palabras transportadas por la corriente, se convertirán en un manso río cuando alguien las reciba".





     Esta noche, en su oscura soledad, rebuscando entre los sueños que nos ofrece la narcosis de nuestra memoria oculta, tropezando a cada paso con el pasado, mis pies desnudos chocaron con algo frio y húmedo, un libro.

      Un libro raído, de pastas ásperas y lomos desvencijados por el tiempo, por el pasar de manos y miradas por sus páginas, desgastado por el roce de pensamientos entre sus hojas fabricadas con nubes y niebla. Sometido a la lectura, en días de tristeza y noches de vigilia, de sus letras escritas con el rocío de alguna mañana fresca de otoño. Tinta roida por la caricia repetida de aquellos dedos que se deslizaban por ellas como si por el cuerpo de una mujer bella lo hicieran. Palabras emborronadas por el río de alguna lágrima que corrió por sus hojas en alguna ocasión y que quedaron, como una cicatriz en la piel, la marca de una vida.

      Mis manos jugaron con esas hojas que desprendían risas, llantos, sentimientos de algo pasado y esperanzas de algo que aún no ocurrió, de cosas que ya sucedieron en forma de recuerdos y de asuntos que aún están por venir. Escritos que vendrán en forma de sueños para terminar este libro de páginas inciertas, cuyo principio olvidé y cuyo final ya viví.

      Un cuento sin final ni principio, donde la princesa llora desconsolada la venida de su príncipe, y que la despierte de su falsa muerte, con un beso amargo, pero nunca llegará. Reinos sin reyes ni puentes que fueron abandonados por aburridos dragones que nunca fueron derrotados. Animales que nunca supieron hablar, porque nadie los enseñó. Lobos feroces que no tienen a quien asustar y niñas que nunca fueron inquietadas por el chacal que debía estar escondido tras el árbol de aquel bosque oscuro, cuyo suelo de hojas muertas nunca fué pisado por los niños perdidos, que vuelven a casa sin haber encontrado la casa de chocolate. Brujas bellas con manzanas podridas, que desprendían el cierto aroma de la muerte. Niños que nunca querrán ser adultos, sin saber que la vida va pasando. Mayores que querrán volver a ser niños, cuando el final del cuento se acerque, sin haber aprendido a ser lo que nos correspondía ser en cada momento.

      Todo del revés que forma un derecho de inquietudes, de libros que nunca fueron escritos y de narraciones cuya única moraleja es la de que nunca existieron los personajes que lo formaban porque nunca llegaron al final ni tuvieron un comienzo.

      Luchas en donde el perdedor es el que gana y el ganador sale huyendo otra vez hacía el génesis de la historia para enfrentarse de nuevo a sus miedos. Temores que siempre venceran porque a tí se te olvidó la espada y la armadura y nunca más tu doncella estará esperando en aquel castillo, ya abatido y destruido. Muros que, como la vida misma, se irán agrientando y cayendo, llenándose de hendiduras y cicatrices producidas por el paso del tiempo, por el paso de la vida.

     

miércoles, 27 de junio de 2012

Un pequeño cuento para pensar

Un científico, que vivía preocupado con los problemas del mundo estaba resuelto a encontrar los medios para aminorarlos.
Pasaba días en su laboratorio en busca de respuestas para sus dudas. Cierto día, su hijo de 7 años invadió su santuario decidido a ayudarlo a trabajar. El científico, nervioso por la interrupción, le pidió al niño que fuese a jugar a otro lado.Viendo que era imposible sacarlo de allí, el padre pensó en algo que pudiese darle con el objetivo de distraer su atención.
De repente se encontró con una revista, en donde había un mapa con el mundo, justo lo que precisaba.
Con unas tijeras recortó el mapa en varios pedazos y junto con un rollo de cinta adhesiva se lo entregó a su hijo diciendo:
- Como te gustan los rompecabezas, te voy a dar el mundo todo roto para que lo repares sin ayuda de nadie.
Entonces calculó que al pequeño le llevaría 10 días componer aquel mapa, pero no fue así…
Pasadas algunas horas, escuchó la voz del niño que lo llamaba calmadamente.
-Papá, papá, ya hice todo, conseguí terminarlo…
Al principio el padre no creyó lo que le decía el niño. Pensó que era imposible que, a su edad, hubiera conseguido recomponer un mapa que jamás había visto antes. Desconfiado, el científico levantó la vista de sus anotaciones con la certeza de que vería el trabajo digno de un niño.
Para su sorpresa, el mapa estaba completo. Todos los pedazos habían sido colocados en sus debidos lugares.
¿Cómo era posible? ¿Cómo el niño había sido capaz?
De esta manera, el padre preguntó con asombro a su hijo:
- Hijito, tú no sabías cómo era el mundo, ¿cómo lo lograste?
- Papá – respondió el niño – yo no sabía como era el mundo, pero cuando sacaste el mapa de la revista para recortarlo, vi que del otro lado estaba la figura de un hombre.
Así que di vuelta a los recortes y comencé a recomponer al hombre, que sí sabía como era. Cuando conseguí arreglar al hombre, vi que había arreglado al mundo…
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

jueves, 21 de junio de 2012

Madurez y Adolescencia

      Ayer, a través de la lumbrera de mi sobrado, mientras le quitaba el polvo a ese libro que hace tiempo empecé a leer y cuyas últimas palabras aún flotaban entre los recuerdos de mi mente, llegó a mi como un susurro, un cuchicheo en forma de conversación y que a pesar de llegar desde lejos, eran mensajes claros y nítidos.
       Era una conversación entretenida, nada de divagar, con palabras sobrias llenas de verdad. Coloquio afable que perfectamanente entendí. Lenguaje sin adornos, palabras directas. Supuse, más bien, dí por hecho que los conversadores sabían perfectamente qué había tras aquella conversación y que el prójimo estaba entendiendo perfectamente lo que el otro decía.
       Escuchar atento, los ojos en los ojos y los oidos fuera del mundo, centrándose en las palabras que salían de la boca del otro. No eran ruidos, eran palabras bien definidas, claras, concisas que sabían que eran atendidas y las que no se perderían o mezclarían entre los ruidos que rodeaban a aquellas dos personas.
        Es como si estuvieran solas en el mundo, sin nadie más. Eran el centro del Universo, como dos estrellas brillando en el cielo en medio del silencio, sólo roto por el eco de sus palabras.
       Sonidos que percutían el cerebro para ser asimiladas, tras la conversación lenta y diáfana de aquellos dos. 
        Decidí levantarme y asomarme al ventanuco sobre mi tejado y empecé a mirar a un lado y a otro intentándo descubrir cúal sería el origen de aquellas palabras, aquel susurro que llegaba hasta mi mente. De pronto, sin saber cómo, mi mirada se paró alla donde se cruzan los caminos, sí, allí donde se unen con el horizonte y los campos que verdean por este tiempo. En esa encrucijada, movidos por el viento del recién llegado estío, dos árboles movían sus ramas sirviendo la brisa como interlocutor del sonido que producían y que el cantar de los gorriones convertían en palabras. Allí estaba la fuente de la conversación que a mi llegaba.
         Dos árboles iguales, pero diferentes. Uno de ellos era robusto, de ramas fuertes y grandes que soportaban el pasar de los años por ellas. No era viejo, pero sí maduro. Las raices, a su alrededor, levantando el terreno, me descubrían que estaba bien anclado al suelo, que se enredarían en el mundo con fuerza y solidez. Un árbol que había oído todas las conversaciones del mundo, pero que aún le quedaban muchas por escuchar. Sabía de la vida, aunque le quedaba mucho por aprender.
           El otro árbol, era más pequeño, sus ramas, aún jóvenes ya iban teniendo la solidez de una mente clara y con las ideas dirigidas hacía donde el sol se iba ocultando, marcando el terreno con la sombra, como si fuera caminando con pasos fuertes y decididos. Sus raices, todavía novatas ya estaban bien ancladas, posibilitando a aquel árbol poderse mover para descubrir el mundo que se abría ante él, con la seguridad de que ya no caería.
           El débil viento movía sus ramas y en las palabras que producía al pasar entre ellas, se unían las palabras de la madurez, con la ilusión de saber que aún podía aprender del otro árbol, aunque fuera más joven, con las palabras de la adolescencia, llenas de ilusión y a sabiendas que podría aprender también de aquel árbol mucho más maduro y robusto.
            Mismas palabras, dichas de manera diferente. Cada uno a su manera, cada uno aprendiendo de las otras, cada una escuchadas con el mismo afán, entregándose a la conversación con el mismo ánimo. Dos árboles diferentes, pero iguales. Un tronco fuerte el del uno y más débil el del otro, pero también robusto. Ramas movidas por el viento. Hojas que caerán y volverán a nacer estación tras estación.
           Árboles que crecerán, como personas que se miran a los ojos, sabiendo que pasan los años, pero que hay tanto aún que aprender.


Dedicado a Manu.