Esto de cumplir años te hace pensar en lo rápido que pasa el tiempo cuantos más años vas cumpliendo.
Hace tiempo que me ronda una idea por la cabeza sobre el tiempo, como pasa, como pasa ante nosotros y de como nos lleva de la mano a toda velocidad en el espacio de nuestra vida.
Es corto, como un cuento. Un CortoCuento...
Cogía aquel reloj de arena entre sus manos. Sentía el frio del cristal entre sus dedos y la madera rugosa entre sus manos.
Le gustaba jugar con el tiempo, lo detenía, lo ralentizaba, lo miraba fijamente, lo sentía entre sus manos. Aquellos granos de arena, cayendo, uno tras otro.
Mientras, pasaba el tiempo...
Sentado en mi tejado
Un lugar para pensar, recordar, desear o simplemente mirar,...
martes, 21 de octubre de 2014
jueves, 20 de marzo de 2014
HE PERDIDO
He perdido mis sueños.
No consigo encontrarlos.
El último lo perdí una noche de primavera.
Ví como se evaporaba entre las estrellas.
Ahora no consigo recuperlos.
Estarán perdidos entre ellas.
He perdido mis lágrimas.
Quisiera recuperar alguna.
A veces necesito llorar.
La última la perdí una noche de verano, sentado junto a tí, en la orilla del mar.
Se fué con una ola.
Estará perdida en el mar.
He perdido mis pasos.
Los pasos que dí.
Los correctos y los que no lo fueron.
Se me quedaron atrapados entre las hojas secas aquella tarde de otoño
cuando paseaba por el bosque del olvido.
He perdido las sonrisas.
Aquellos buenos ratos me los quedé,
en las notas de la música que escuché
en las fiestas con los amigos.
Ya no los volveré a tener.
He perdido la vida.
Se me escapó de entre las manos,
sin darme cuenta apenas, se me evaporó.
La he perdido soñando,
llorando,
caminando
y riendo.
No consigo encontrarlos.
El último lo perdí una noche de primavera.
Ví como se evaporaba entre las estrellas.
Ahora no consigo recuperlos.
Estarán perdidos entre ellas.
He perdido mis lágrimas.
Quisiera recuperar alguna.
A veces necesito llorar.
La última la perdí una noche de verano, sentado junto a tí, en la orilla del mar.
Se fué con una ola.
Estará perdida en el mar.
He perdido mis pasos.
Los pasos que dí.
Los correctos y los que no lo fueron.
Se me quedaron atrapados entre las hojas secas aquella tarde de otoño
cuando paseaba por el bosque del olvido.
He perdido las sonrisas.
Aquellos buenos ratos me los quedé,
en las notas de la música que escuché
en las fiestas con los amigos.
Ya no los volveré a tener.
He perdido la vida.
Se me escapó de entre las manos,
sin darme cuenta apenas, se me evaporó.
La he perdido soñando,
llorando,
caminando
y riendo.
viernes, 14 de marzo de 2014
SOY TU PADRE
Te dí la vida,
PERO NO PARA VIVIRLA POR TÍ.
Puedo enseñarte muchas cosas,
PERO NO PUEDO OBLIGARTE A APRENDER.
Puedo dirigirte,
PERO NO SIEMPRE ESTARÉ PARA GUIARTE.
Puedo darte libertad,
PERO NO PUEDO RESPONSABILIZARME POR LO QUE HACES CON ELLA.
Puedo inculcarte la fe,
PERO NO PUEDO OBLIGARTE A CREER.
Puedo instruirte en lo malo y lo bueno,
PERO NO PUEDO DECIDIR POR TI.
Puedo darte amor,
PERO NO PUEDO OBLIGARTE A ACEPTARLO.
Puedo enseñarte a compartir,
PERO NO PUEDO EXIGIR QUE SEAS BONDADOSO.
Puedo aconsejarte acerca de las buenas amistades,
PERO NO PUEDO ESCOGÉRTELAS.
Puedo educarte sobre el sexo,
PERO NO PUEDO MANTENERTE IMPECABLE.
Puedo hablarte acerca de la vida,
PERO NO PUEDO EDIFICARTE UNA REPUTACIÓN.
Puedo exhortarte acerca de la necesidad de tener metas,
PERO NO PUEDO ALCANZARLAS POR TI.
Puedo enseñarte de la caridad,
PERO NO PUEDO OBLIGARTE A DAR.
Puedo explicarte como vivir,
PERO NO PUEDO DARTE LA VIDA ETERNA.
Te di la vida,
PERO TU VIDA TE PERTENECE Y HARAS CON ELLA LO QUE QUIERAS.
Yo solo puedo y quiero
AMARTE INCONDICIONALMENTE DURANTE TODA MI VIDA.
PERO NO PUEDO OBLIGARTE A CREER.
Puedo instruirte en lo malo y lo bueno,
PERO NO PUEDO DECIDIR POR TI.
Puedo darte amor,
PERO NO PUEDO OBLIGARTE A ACEPTARLO.
Puedo enseñarte a compartir,
PERO NO PUEDO EXIGIR QUE SEAS BONDADOSO.
Puedo aconsejarte acerca de las buenas amistades,
PERO NO PUEDO ESCOGÉRTELAS.
Puedo educarte sobre el sexo,
PERO NO PUEDO MANTENERTE IMPECABLE.
Puedo hablarte acerca de la vida,
PERO NO PUEDO EDIFICARTE UNA REPUTACIÓN.
Puedo exhortarte acerca de la necesidad de tener metas,
PERO NO PUEDO ALCANZARLAS POR TI.
Puedo enseñarte de la caridad,
PERO NO PUEDO OBLIGARTE A DAR.
Puedo explicarte como vivir,
PERO NO PUEDO DARTE LA VIDA ETERNA.
Te di la vida,
PERO TU VIDA TE PERTENECE Y HARAS CON ELLA LO QUE QUIERAS.
Yo solo puedo y quiero
AMARTE INCONDICIONALMENTE DURANTE TODA MI VIDA.
viernes, 7 de febrero de 2014
De vuelta al tiempo sin derechos
Hoy estoy sentado en mi tejado y me quiero poner los anteojos de ver más, tanto en cantidad como en distancia. Quiero ver la sociedad en la que nos ha tocado vivir y recapacitar, desde mi ignorancia, en ella, e indignarme con lo que no consigo a entender.
Por allá por el siglo XVII se llevaba en Europa aquello del Absolutismo. Concepto político en el que se acomodaban los reyes europeos, impidiendo al pueblo, a cambio de sueños de ilustraciones vacias, que los levantaran de sus tronos. Quizás te suene más aquello del Despotismo Ilustrado, tal y como nos lo explicaban en aquellas aburridas y somnolientas clases de Sociales. Aquello de "Todo para el pueblo, pero sin el pueblo" o como se pronunciaba en francés "Tout pour le peuple, rien par le peuple".
No quisiera hacerlo, pero pienso que hemos retrocedido hasta entonces, e incluso más atrás, por lo menos, y no me llaméis loco, hasta la Edad Media. A aquella época de nuestra historia en la que los señores feudales acosaban a sus siervos cobrándoles grandes impuestos y haciéndoles trabajar en tierras que nunca le pertenecerían, para que dichos acaudalados señores, siguieran enriqueciéndose y construyendo, con el amargo, desdichado e impagado trabajo de los plebeyos, aquellos grandiosos y fastuosos palacios, llenos de riquezas.
Y me pregunto, ¿dónde está el pueblo ahora?. Me gustaría saber donde está esta sociedad engañada, pisoteada y vapuleada. Derrotada y abatida sociedad, acallada por los señores feudales de la actualidad. Señores que nos roban, que se creen con el derecho a engañarnos, contándonos, como hacian en la edad feudal, que si suben los impuestos, es por nuestro bien, para que podamos vivir mejor. ¿Mejor?, ¿quién?, ¿nosotros o ellos?. Y nos dejamos engañar. Caciques afeudalados que están en sus cargos porque el pueblo así lo ha decidido. Son ellos los que, además de una manera vocacional, deberían estar trabajando para nosotros y no nosotros, trabajando y exprimiendo nuestros derechos para que ellos, vivan en la opulencia.
Políticos apoltronados en los que el pueblo ha dejado de creer y a los que les dá lo mismo bajo que siglas están gobernando, por muy sociales que puedan parecer. No dejan, no quieren dejar pasar a la sabia nueva, a los nuevos entendimientos que tanto está pidiendo la ciudadanía, porque hace falta un cambio en el timón de este barco. Pero no lo quieren ver. Estar ahí arriba, en su trono, les quita visión, cuando lo normal a esa altura es que tuvieran otra mucho más amplia.
Sociedad pisoteada y acallada por las voces del poder absoluto y dictatorial y a la que, so pena de golpes que te hundan aún más en la miseria, no nos dejan expresarnos, quejarnos y levantarnos para exponer nuestras inquietudes.
Justicia injusta que ya no es ciega, que ya sabe donde mirar, a la que le quitaron la venda que le otorgaba la justa justicia y a la que en su brazo, en lugar de balanza pusieron grandes fajos de adulterado dinero. Defensa del pueblo sin defensa, ya que a aquellos togados que pretenden desenmascarar a los verdaderos corruptos, son derrocados, apartados y expulsados por querer ser justos, por querer actuar bajo la verdadera justicia y sacar a la luz, para que el pueblo lo sepa y conozcan a los verdaderos ladrones, los que roban al pueblo para seguir enriqueciéndose, sigan quedando impunes y en libertad.
Dirigentes que los arrancaron de nuestras manos y nos despojaron de nuestros derechos. Esos derechos por los que nuestros antepasados tanto lucharon, incluso llegando a dar su vida por ellos. Derechos pisoteados y entregados a los que se enriquecen a cuenta de quitárselos a los que lo tenían por derecho. Esos que siguen enriqueciéndose y cuando las cosas no les han ido bien y han empezado a ganar menos, han hurgado en los salarios, en los tiempos de trabajo de sus trabajadores para seguir quitandoles y así ellos seguir teniendo más.
Sociedad engañada que se deja llevar por la farándula, por la mentira de la caja tonta y la mayor red mundial, y que ha dejado de lado la verdadera cultura. Aquella, que aquellos maestros por vocación, nos metieron a cuenta de que entrara la letra, aunque con sangre fuera. Juventud que vive al pie del abismo de la ignorancia, del creer que saben y que cada día se apartan más del camino correcto de la enseñanza, apoyada por los que gobiernan y sus reformas, ahora hacía este lado y a los cuatro años para el otro. Cambios que pretenden aborregar y cerrar las puertas a los que a pesar de querer, no pueden y así de esa manera no puedan entorpecer el camino de sus pobres hijos ricos, aunque ellos puedan pero no quieran. Si alguien algún día es alguien, será por la cantidad de dinero que tenga y no por la cantidad de conocimiento que haya adquirido. De esa manera, los hijos de los ladrones, podrán seguir robando a los hijos de los robados.
Arrogantes, prepotentes políticos. Dirigentes que se burlan de todos en nuestras propias narices. Nosotros, callados, sumisos, agachando nuestras cabezas para seguir recibiendo golpes. Silencio de corderos cobardes que no emiten ningún ruido cuando mueren, cuando son arrojados de sus hogares. Lágrimas que no doblegarán el paso firme y cruel del banquero ladrón y ambicioso que como el caballo de Átila, va destruyendo todo lo que toca y que se creen el Rey Midas.
Derechos perdidos, pisoteados. Sólo nos queda patalear, pero que no nos oigan. Lo haremos en voz baja para no despertar de su sueño a los que creen que esto será para siempre. Quizás cuando se den cuenta del mundo de cristal en el que viven sea tarde y todo esté hecho añicos. ¿Hasta cuándo preténdeis seguir enriqueciendo materialmente vuestras vidas?. Algún día todo se acabará. Quizás hayamos retrocedido tanto que volvamos al trueque y lo que de verdad tenga valor sea el trabajo hecho con las manos. En eso si que perdéis y ya no seréis nadie. Quizás entonces, y dejadme que viva en ese sueño, el pueblo se rebele y os levante de vuestras poltronas. Entonces os daréis cuenta que durante todo este tiempo, hayáis estado sentado sobre vuestra propia mierda.
miércoles, 29 de enero de 2014
De regreso a los pensamientos
La tarde está agridulce.
Los rayos de sol jugando al escondite con aquellos nubarrones negros que se acercan y esa brisa del norte hacen que el atardecer se vuelva empalagoso, pesado, cargante y un poco insoportable, como mis pensamientos que luchan para volver al pasado.
Sentado junto al vibrante cañaveral, al lado del regato de frías aguas y escaso cauce me dejo llevar por el ruido del agua y la melodía de las cañas al tocarse unas con otras.
En el fondo no quiero luchar contra ello. En cierto modo necesito desempolvar aquellos libros de aventuras de mi juventud y zambullirme en ellos como lo hacía en aquellos recreos a media mañana o en mitad de la merendilla de la tarde junto a aquel bocadillo de chocolate, luchando como un pirata en los mares del sur o pescando en la barca de aquel viejo en el mar.
Los rayos de sol jugando al escondite con aquellos nubarrones negros que se acercan y esa brisa del norte hacen que el atardecer se vuelva empalagoso, pesado, cargante y un poco insoportable, como mis pensamientos que luchan para volver al pasado.
Sentado junto al vibrante cañaveral, al lado del regato de frías aguas y escaso cauce me dejo llevar por el ruido del agua y la melodía de las cañas al tocarse unas con otras.
En el fondo no quiero luchar contra ello. En cierto modo necesito desempolvar aquellos libros de aventuras de mi juventud y zambullirme en ellos como lo hacía en aquellos recreos a media mañana o en mitad de la merendilla de la tarde junto a aquel bocadillo de chocolate, luchando como un pirata en los mares del sur o pescando en la barca de aquel viejo en el mar.
Sacar de las polvorientas cajas de cartón, aquellas que están al fondo de la buhardilla, mi vieja colección de discos que llenaron de música las noches de verano o aquellos otros que escuchaba a solas cuando necesitaba recuperar el espíritu abatido.
Despertar fantasmas del pasado, amores olvidados de la juventud, besos robados en aquel callejón a oscuras, intsensatos cigarrillos de osados críos que jugaban a ser mayores, en las mañanas de domingo al salir de misa, amistades abandonadas en el camino y aquellas viejas cosas que el tiempo fue desparramando por mi vida.
Es solo cuestión de sentirse vivo, de moverse como las nubes que se desplazan a gran velocidad por el grisáceo cielo, empujadas por el viento despacible de esta tarde otoñal, y que iban apareciendo unas tras otras, entre los árboles del camino, como si quisieran llegar antes que las otras a algún sitio.
Quería regresar, pero entonces moriría engullido por los pensamientos del pasado. Debía viajar pero no al pasado sino en el presente. Vivir ahora, aquí, luchando contra esos pensamientos que me querían llevar de vuelta a ningún sitio.
El ocaso está agridulce y los nubarrones grises descargan el agua que empapan mis pensamientos y los arrastra rio abajo, perdiéndose allá donde se mezclan los sentimientos...
miércoles, 22 de mayo de 2013
En el andén
Siempre se sentaba al final de la barra, nunca hablaba con nadie.
El dueño de aquel sucio y oscuro bar de la esquina sabía que ponerle todas las mañanas cuando lo veía entrar por la puerta, siempre a la misma hora; un café cortado y una copa de anís seco. La niebla producida por el humo de los cigarros, y la mezcla de olores a humanidad, a humedad, anísados y café hacian de aquel lugar un sitio en el que costaba entrar y estar, pero a él le cogía de paso hacía la estación.
Con la amalgama de los sabores del anís y el café en la boca y el tufo del tabaco aún en las fosas nasales, avanzaba con paso triste pero decidido por la carretera de adoquines que llevaba a la estación.
Si se cruzaba con el jefe de estación, aunque se conocían desde niños, sus "buenos días" eran secos y sin levantar la mirada del suelo. Todos en el pueblo conocían su malhumor y desgana a la hora de saludar o entablar una conversación y por eso nadie lo intentaba.
Allí llegaba y día tras día, lloviese o nevase, hiciera calor o frío, de una manera rutinaria, se sentaba en el mismo banco de madera de color verde. Aquel, el que estaba más alejado del ir y venir de pasajeros, aquel incómodo banco de reposabrazos de hierro fundido pintados de color negro y desgastado por el apoyo constante de los brazos de personas que esperaban o de aquel niño que lo utilizaba como caballo para imaginarse el vaquero más rápido del lejano oeste.
Cruzaba sus piernas, recostaba su espalda en el respaldo rugoso de madera y ponía su mirada allá lejos, donde los railes brillantes que traían y llevaban trenes, se juntaban en un punto.
Grandes máquinas, ruidosas, con vagones cargados de sueños, de ilusiones, de vacios, de gente que regresan o se marchan, de personas que algún día volveran o que nunca más lo harán, cargadas de tristeza, de alegrias, de risas y de lágrimas.
Ir y venir de maletas, grandes algunas, más pequeñas otras, llenas de ropa, llenas de proyectos, de nuevas vidas.
Él miraba a las personas pero sin mirarlas, sin fijarse en cómo eran pero quizás buscando una cara, un rostro de alguien que se fue y a quien espera y que quizás no vuelva nunca.
Ruido provocado por el rozar de las metálicas ruedas contra las metálicas vías, chirriar de los frenos al irse acercando al andén. Sonido ensordecedor del vapor que sale por la chimenea y que se convierte en pitido de aviso para los que van, para los que vienen.
Un único punto que se convierte en punto de llegada y de salida al mismo tiempo. Regreso y marcha, ida y vuelta, todo a la misma vez.
Multitud y vacio alternándose en el andén y él, inmovil, con la mirada fija en el mismo punto, lejos, esperando, impasible, nada más le importa, todo lo que ocurre a su alrededor le da lo mismo. Espera, larga espera, día tras día, no importa el tiempo, no importa lo que suceda, él espera, siempre esperando.
Su corazón parece que sólo late cuando se acerca de nuevo un tren, pero vuelve a su impasividad cuando se marcha, no la ve entre los que se bajan.
Sabe que no volverá, pero sigue esperando.
Sabe que no regresará, pero su tiempo es espera, su sitio está allí, esperandola, siempre.
Dicen que un día despidió con lágrimas en los ojos a aquella chica y cada día, ya sin lágrimas, vuelve a esperarla.
Dicen que marchó prometiendo que regresaría y por eso él la espera.
Dicen en el pueblo que nunca nadie amó a nadie como él lo hizo, como él lo hace, como lo seguirá haciendo.
Pasan los días, pasan los trenes, pasan los pasajeros, unos van, otros vienen, algunos marchan y otros nunca regresarán.
El dueño de aquel sucio y oscuro bar de la esquina sabía que ponerle todas las mañanas cuando lo veía entrar por la puerta, siempre a la misma hora; un café cortado y una copa de anís seco. La niebla producida por el humo de los cigarros, y la mezcla de olores a humanidad, a humedad, anísados y café hacian de aquel lugar un sitio en el que costaba entrar y estar, pero a él le cogía de paso hacía la estación.
Con la amalgama de los sabores del anís y el café en la boca y el tufo del tabaco aún en las fosas nasales, avanzaba con paso triste pero decidido por la carretera de adoquines que llevaba a la estación.
Si se cruzaba con el jefe de estación, aunque se conocían desde niños, sus "buenos días" eran secos y sin levantar la mirada del suelo. Todos en el pueblo conocían su malhumor y desgana a la hora de saludar o entablar una conversación y por eso nadie lo intentaba.
Allí llegaba y día tras día, lloviese o nevase, hiciera calor o frío, de una manera rutinaria, se sentaba en el mismo banco de madera de color verde. Aquel, el que estaba más alejado del ir y venir de pasajeros, aquel incómodo banco de reposabrazos de hierro fundido pintados de color negro y desgastado por el apoyo constante de los brazos de personas que esperaban o de aquel niño que lo utilizaba como caballo para imaginarse el vaquero más rápido del lejano oeste.
Cruzaba sus piernas, recostaba su espalda en el respaldo rugoso de madera y ponía su mirada allá lejos, donde los railes brillantes que traían y llevaban trenes, se juntaban en un punto.
Grandes máquinas, ruidosas, con vagones cargados de sueños, de ilusiones, de vacios, de gente que regresan o se marchan, de personas que algún día volveran o que nunca más lo harán, cargadas de tristeza, de alegrias, de risas y de lágrimas.
Ir y venir de maletas, grandes algunas, más pequeñas otras, llenas de ropa, llenas de proyectos, de nuevas vidas.
Él miraba a las personas pero sin mirarlas, sin fijarse en cómo eran pero quizás buscando una cara, un rostro de alguien que se fue y a quien espera y que quizás no vuelva nunca.
Ruido provocado por el rozar de las metálicas ruedas contra las metálicas vías, chirriar de los frenos al irse acercando al andén. Sonido ensordecedor del vapor que sale por la chimenea y que se convierte en pitido de aviso para los que van, para los que vienen.
Un único punto que se convierte en punto de llegada y de salida al mismo tiempo. Regreso y marcha, ida y vuelta, todo a la misma vez.
Multitud y vacio alternándose en el andén y él, inmovil, con la mirada fija en el mismo punto, lejos, esperando, impasible, nada más le importa, todo lo que ocurre a su alrededor le da lo mismo. Espera, larga espera, día tras día, no importa el tiempo, no importa lo que suceda, él espera, siempre esperando.
Su corazón parece que sólo late cuando se acerca de nuevo un tren, pero vuelve a su impasividad cuando se marcha, no la ve entre los que se bajan.
Sabe que no volverá, pero sigue esperando.
Sabe que no regresará, pero su tiempo es espera, su sitio está allí, esperandola, siempre.
Dicen que un día despidió con lágrimas en los ojos a aquella chica y cada día, ya sin lágrimas, vuelve a esperarla.
Dicen que marchó prometiendo que regresaría y por eso él la espera.
Dicen en el pueblo que nunca nadie amó a nadie como él lo hizo, como él lo hace, como lo seguirá haciendo.
Pasan los días, pasan los trenes, pasan los pasajeros, unos van, otros vienen, algunos marchan y otros nunca regresarán.
Pasa la vida, por el andén.
martes, 21 de mayo de 2013
CortoCuento.12
Desordenadas palabras que, sin sentido, sin lógica, le despertaban en mitad de la noche, aporreando sin piedad su mente y ya no le dejaban volver a conciliar el sueño.
Buscaba como entramarlas, como unirlas, como encontrar algo de entendimiento en aquellas letras que fluían como una corriente descontrolada, pero le era imposible. Luego, le perseguían durante días, en cualquier momento, en cualquier lugar, cuando menos lo esperaba.
Por cualquier medio tenía que encontrarle algún significado a todas aquellas palabras y buscar como unirlas para conseguir descifrar alguna lógica.
Al final, después de algún tiempo descubrió como hacerlo. Se sentaba frente al ordenador y deslizaba sus dedos por las teclas, dejándose llevar por el acompasado sonido de los botones al ser pulsados por sus dedos, descubriendo como, ante él, en la pantalla iban apareciendo una tras otras, formando historias, sueños, recuerdos con sentido, con lógica.
De esa manera, todo desaparecía de su cerebro hasta que de nuevo, nuevas palabras volvían a aparecer en sus pensamientos.
Buscaba como entramarlas, como unirlas, como encontrar algo de entendimiento en aquellas letras que fluían como una corriente descontrolada, pero le era imposible. Luego, le perseguían durante días, en cualquier momento, en cualquier lugar, cuando menos lo esperaba.
Por cualquier medio tenía que encontrarle algún significado a todas aquellas palabras y buscar como unirlas para conseguir descifrar alguna lógica.
Al final, después de algún tiempo descubrió como hacerlo. Se sentaba frente al ordenador y deslizaba sus dedos por las teclas, dejándose llevar por el acompasado sonido de los botones al ser pulsados por sus dedos, descubriendo como, ante él, en la pantalla iban apareciendo una tras otras, formando historias, sueños, recuerdos con sentido, con lógica.
De esa manera, todo desaparecía de su cerebro hasta que de nuevo, nuevas palabras volvían a aparecer en sus pensamientos.
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